Como acólito ferviente de una religión con nombre de mujer, de rodillas imploro: Una llamada tuya bastará para sanarme. Como un credo así rezo a mi diosa cósmica para que se apiade de mí, y se digne concederme la gracia de su voz, pues solo eso aspiro ahora.
Un capitán sin puerto,
conduce un barco sin destino.
No, yo no puedo navegar así,
en un océano de melancolía,
buscando luz en el faro,
con pertinaz desesperación,
ese es mi destino.
Moriré de sed de amor y de tristeza,
crecerá mi barba y seré solo un recuerdo,
me perderé en los confines de la memoria,
agotaré el espíritu y seré consumido por el tiempo,
devorado por tiburones, sí, esos que una vez,
me dijiste que sería arrojado por tu mano.
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